«Y vio Dios que todo era bueno»

Vicenta RodríguezEl poético Libro del Génesis nos relata la Creación del mundo y aquella magnífica frase: “Y vio Dios que todo era bueno”. Parece el final feliz de una historia de amor… y ciertamente lo era.

Pero luego, una se levanta por la mañana a toque de despertador y comienza a correr: del baño a la cocina para preparar los desayunos, luego a levantar al mayor que no llega a tiempo al colegio, la pequeña ha tenido fiebre, a ver quién se la queda porque no puede ir a la Escuela Infantil… y así hasta la noche, sin parar y viendo en los medios de comunicación desgracia tras desgracia y una se pregunta con la crema de noche en la cara y el cuerpo molido de todo el día ¿dónde está lo bueno? ¿qué provecho le saco yo a este ajetreo diario?

Y nosotros nos preguntamos dónde está la lucha de nuestros hijos, cuál es su campo de batalla diaria y dónde está el espacio que los padres les dejamos para que se enfrenten.

¿De verdad dejamos sitio a nuestros hijos para que ayuden, participen y colaboren en el hogar?

Tenemos que propiciarles la suerte de tener la oportunidad de enfrentarse a situaciones donde puedan aprender y donde tengan la opción de ofrecer lo mejor de ellos mismos. En ocasiones nuestro exceso de mimo, de deseo de aliviarles cualquier tipo de dolor, de que no sufran por nada y ante nada, no es lo mejor que les podemos ofrecer.

Por ello es muy importante aprender y educar en la “resiliencia” (hacer frente a las dificultades de la vida, superar las tensiones del mundo de hoy, desarrollar competencias sociales).

La familia y la escuela pueden brindar el ambiente y las condiciones que promuevan la resiliencia o resistencia en los niños:

¨ Ayudarles a enriquecer las relaciones sociales, para que sean socialmente competentes, con unos fuertes vínculos positivos.

¨ Enseñarles habilidades para la vida: resolución pacífica de conflictos, darles estrategias de asertividad y destrezas para buscar soluciones a los problemas.

¨ Poner límites claros y firmes, normas cortas pero que se han de cumplir y todo ello aderezado con el afecto y el apoyo, que nunca están reñidos con la disciplina.

¨ Establecer para los hijos unas expectativas elevadas pero no imposibles de alcanzar. No se pueden sentir subestimados pero tampoco agobiados por un listón inalcanzable.

¨ Acompañar al hijo para que sea firme en sus propósitos y que tenga una visión positiva de su futuro.

Lejos de mi intención está ofrecerle un recetario, pero son pequeñas artimañas que bien utilizadas nos pueden ayudar a mejorar la resiliencia propia y la de nuestros hijos. Tal y como está nuestra sociedad hay que aprender en la universidad de la vida y enseñar en la escuela del hogar.

Las personas con alto nivel de resiliencia sacan el mejor partido a este mundo, no luchan contra los cambios, sino que tratan de influir en los acontecimientos de modo que las cosas salgan bien, se trata de reconducir las energías para tratar de convertir las adversidades en circunstancias positivas.

Aprender a leer la realidad y los acontecimientos, no sólo vivirlos y sufrirlos o gozarlos, también reflexionarlos para sacar la sabiduría que encierran. La próxima vez, en lugar de encogerse y acobardarse, láncese a buscar soluciones distintas y creativas.

Así al terminar el día y revisar la jornada podrá decir: “y todo mi día ha sido muy bueno”.

Vicenta Rodríguez Arroyo
Presidenta de FERE-COVAL

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