Escuela de padres, memoria histórica
Hace poco leí en un libro una frase que me llamó la atención. La frase decía: “Los buenos padres preparan a sus hijos para los aplausos, los padres brillantes preparan a sus hijos para los fracasos”.
Los padres tenemos esta tendencia a evitar a toda costa que nuestros hijos sufran. Podríamos decir que es algo innato, natural, ¿a qué padre no se le desgarra el corazón cuando ve a su hijo llorar sin consuelo?, ¿cuántos de nosotros preferirían cambiarse por sus hijos cada vez que estos se encuentran en una situación que les puede provocar un sufrimiento, por pequeño que este sea?.
Yo creo que el problema principal es que a los padres se nos han olvidado muchas cosas. La, tan de moda, “memoria histórica” es un ejercicio fantástico. ¿Nadie se acuerda de su niñez?. ¿A cuántos de nosotros nuestros padres nos ataron a la pata de la cama para evitarnos una caída de la bici, la burla de un compañero de clase, un 0 a 6 contra el colegio de al lado, un mal de amores o una mala elección en los estudios? A ninguno ¿verdad?.
Los hijos crecen (a veces más rápido de lo que nos gustaría). Y este crecimiento es una crisis (de hecho, ambas palabras tienen etimológicamente la misma raíz), un cambio. Sin crisis no hay crecimiento, no hay progreso. Sin crisis todo se queda igual, se estanca, se empobrece. No creo que ningún padre quiera esto para sus hijos. Me niego a imaginar que alguien desee que su hijo tenga la edad mental de un niño de 7 años toda su vida. Este proceso de crecimiento es doloroso incluso físicamente (¿o nadie se acuerda ya de esos dolores en las rodillas, los tobillos y en todos los huesos cuando nuestro cuerpo empezaba a desarrollarse?), pero ese dolor físico es necesario para que nuestro hijo madure tanto física como psicológicamente.
Hoy en día, los adultos nos quejamos de cómo la sociedad actual con muchos de los valores que transmite, los medios de comunicación, etc…, se encargan de confundir a nuestros hijos vendiéndoles la idea de que todo en esta vida se puede conseguir sin esfuerzo, sin el más mínimo sufrimiento. Pero lo peor de esto es que, los adultos/padres estamos co-participando en esta mentira.
No queremos que los pequeños sufran (¿y si se “traumatizan”?). A sí que ,muchas veces de manera inconsciente (y siempre creyendo que hacemos lo mejor para ellos), no les dejamos crecer, no les preparamos para el fracaso. Estamos creando generaciones de niños que no saben lo que es una frustración, un “no” por respuesta. Esto es un verdadero problema.
Mi conclusión es que durante el proceso de crecimiento de los hijos, los padres no somos meros espectadores sino que sufrimos de alguna manera, a la vez que ellos, otro crecimiento, otra crisis y es la de tener que dejar que tomen sus propias decisiones aún sabiendo que se están equivocando, que están tomando el camino más largo, que tú lo harías de otra manera. Es una sensación de vértigo, de impotencia que para los cristianos sólo se puede vencer si tienes la absoluta certeza de que no estás sólo en esta empresa, de que si Dios te ha hecho el inmenso regalo de ser padre Él te va a asistir en la tarea. Esta es mi experiencia.
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